Con el paso del tiempo es habitual que se desarrolle en nuestro césped una capa de residuos diversos entre la vegetación y la superficie del suelo. Es lo que comúnmente conocemos como “colchón”. Una capa compacta de tallos, raíces y restos de poda en distintos estados de descomposición, con una consistencia esponjosa. Es la razón, por ejemplo, de que las praderas recién instaladas sean más duras. En cantidades moderadas, esta masa de material orgánico sirve de fertilizante natural para el césped. Sin embargo, una acumulación excesiva puede ahogar la tierra y tener un efecto nocivo. Controlar el nivel de colchón es una condición fundamental para una pradera saludable.
El crecimiento del colchón se produce cuando la producción de residuos supera la velocidad de descomposición. El nivel ideal se sitúa en torno a los 12 mm; una capa por encima de este grosor disminuirá la infiltración del agua, el abono y los pesticidas en el suelo, con efectos que van desde la menor resistencia a la sequía, temperaturas y humedad extremas a la proliferación de enfermedades e insectos.